viernes, 12 de septiembre de 2008

los pajaros del domingo

“LOS PAJAROS DEL DOMINGO”


A las seis de la mañana, con el sueño incompleto, doña Teresa podaba los rosales que iban invadiendo el camino empedrado, las espinosas ramificaciones se levantaban sobre su cabeza y amenazaban con enredarle los cabellos.

Doña Teresa, madre ya de tres generaciones de ingratos repartidos por el mundo, estaba anclada a las postrimerías de una viuda prematura. A los veintitrés años, y ya con doce hijos de mediana edad, el marido fue muerto por un proyectil desconocido que lo cogio por detrás del cráneo y lo dejo pudriéndose de rabia en una tumba incierta que solo conocían sus asesinos.

El rosal iba siendo reducido las rosas sanguíneas a un lado del empedrado le habían herido el índice izquierdo que ahora chupaba con fuerza, sintiendo la sangre desalojada en su lengua.

Dentro de algunas horas aparecería por ahí Don justo Fadine con el dinero de la pensión que entregaba cada fin de mes a la viuda juntando las dos quincenas para ahorrar un viaje a su vejez.
Al ponerse el vestido había descubierto, como nunca, en su cuerpo desnudo, el tiempo, peinándose frente al espejo, soltó un carajo amargo para si misma , aguardando los golpecitos en clave, de Don Justo Fadine, en la puerta.
Los pájaros, a l fondo de la casa, revoloteaban, en su podredumbre, el sol calcinaba sus excrementos y el hedor se levantaba a cada aletazo, ciegos, iban estorbándose entre ellos, asfixiándose limitados a su jaula eterna, sin mas posibilidades que esa.
Al despertar con toda su naturaleza aturdida lanzaban un grito primitivo que desgarraba el ambiente de la casa, que la sacudía un instante, y luego permanecía estáticos, con su mutismo de estatuas, desteñido el plumaje y congelados.

La pensión iba acumulándose en un cofrecito de madera, muy bien trabajada que Don Justo Fadine había recomendado cambiar urgentemente porque el dinero había rebalsado y la tapa y ya no cerraba, el condado simbólico había sido relegado mas bien por cuestiones de esfuerzo y comodidad, pues las llaves siempre desaparecían y la herrumbre no permitía serrarlo.

Al lado de los estantes de libros y los periódicos amarillentos, anacrónicos, que se se levantaban en columnas enteras.El fardo de billetes que rebalsaba por el borde del cofre no era mas que papel insignificante y sin verdadero valor, que las polillas , al igual que en los libros y periodicos, habian agujeros hasta el hartazgo.

Don Justo Fadine noto el rosal descuartizado, moldeado extrañamente y encontró a la viuda de comer a los pájaros, jamás la casa le hubiera parecido tan devastada de no ser por esas aves, las encontró increíblemente mas viejas y con una torpeza en los instintos que le era increíble en los animales.

Deberia soltarlos-dijo por atrás-, la viuda lo vio y lo saludo con un sonrisa.

Eso quisiera- dijo volviéndose- pero temo que terminen por destrozarme el tejado.

Don Justo Fadine, alzo la mirada y vio el alero a punto de venirse abajo, enverdecido por una capa d e retoños que se habían formado por las lloviznas. Todo el tejado parecía ceder al peso.

Por otro lado no creo que sepan siquiera volar, con los años que llevan aca.

Don Justo Fadine advirtió el indice cubierto con el esparadrapo que iba enrojeciendo. En las rosas- dijo la viuda- las corte esta mañana, señalo con el dedo herido hacia un mueble del rincón donde las había dejado.

Don Justo Fadine, cogio el florero de aguas verdes y sintió la pestilencia en la cara, cambio el agua- puso las flores una a una y conto en total doce.


Sobrellevaba una vejez sin sobresaltos, nunca tuvo hijos a pesar de haber amado y toda la vida a una mujer veinte años menor ala que desposo e hizo feliz hasta su prematuramente muerte –reposaba en una vejez donde los recuerdos no tenian nada de tortura ni arrepentimiento aun el anillo de compromiso en el anular izquierdo porque jamás pudo moverlo siquiera de su lugar desde la primera vez que se lo puso y contra todo pronostico había sobrevivido a una muerte inminente y tan absurda que todos interpretaron como un intento fallido de suicidio y le dio a el la noción de cierta. Complacencia de la muerte.

Doña Teresa, miro una vez mas a los pájaros, lentamente fue caminando, hacia el corredor, hasta que no se le escucho mas. Don Justo Fadine se dispuso a ir tras ella, pero escucho el crujir de una puerta y enseguida su voz.

Déjelo donde siempre Don Justo-

La viuda escucho sus pasos, su naciente cojera y pensó en su obstinación para no usar un bastón.

No quiero darle ese gusto a los años-le habia dicho

Lo sintió ingresar ala biblioteca y pararse por un memento en el umbral, observar dentro, todo como antes, como siempre y continuar a trancos lentos directamente hacia el cofre, lo sintió dudar, hasta que finalmente dijo:

Eso haría pero no hay donde.

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